La mañana me recibía con todo su esplendor en el barrio montevideano de La Aguada. Victor esperaba con impaciencia desde temprano, casi desde el amanecer. La sola idea de volver a Pando su tierra natal lo había desvelado. “No pude pegar un ojo en toda la noche man”, me confesaba con voz ronca, mientras me estrechaba la mano. “Estoy como si fuera a jugar un Lanús-Obras…vamos, vamos”.
El camino rumbo
a la terminal de ómnibus se hizo mas corto que nunca. En todo ese trayecto Victor
se encargó de deleitarme con las historias mas queridas de su infancia. Recordó
a sus amigos, su primer torneo ganado a los 7 años jugando para la casa Taran y, también, a la canchita de basquet de la plaza donde había pasado tantas tardes practicando solo.
La hora de
partir llegó raudamente y mientras el micro de la empresa COPSA comenzaba a desandar
los 33 kilómetros
que separan a Montevideo de Pando, el silencio se adueño de nosotros y la
mirada de Victor lo decía todo. Quince eternos minutos tuvieron que transcurrir
para que todo volviera a la normalidad y, a medida que nos acercábamos a nuestro
lugar de destino, el hombre irradiaba tanta alegría, que ya todo el pasaje comenzaba
a preguntarse quien era el señor que se había hecho amigo del chofer.
“Estamos
llegando Jorge, bajemos antes, así caminamos” me dijo de corrido tal su
costumbre. Asentí con la cabeza y emprendimos la caminata. Habían pasado más de
30 años desde la última vez que Victor
había recorrido esas calles. Todo lucía muy cambiado a sus ojos. Sin embargo, cada vereda encerraba un secreto, un recuerdo, una historia. Nos detuvimos cada dos pasos y
mientras el hacía memoria para contarme sus andanzas de botija, casi sin darme
cuenta me encontré frente al mural histórico que da la bienvenida al Club Urupan. Habíamos llegado al
lugar que tantas veces nos hizo sentir cerca, aún en tiempos en que las malas noticias arreciaban de manera torrencial. Ver la
figura de Victor inmortalizada en esa pintura me impactó y la "piel de gallina" corrió por mi cuerpo como un reguero de pólvora.
“Entremos al
club así me cuenta mas” le dije mientras me acercaba a la recepción donde nos
recibieron cordialmente. “Venimos de Montevideo, el Señor que me acompaña es
Victor Hernández y nos gustaría recorrer el club” dije después de presentarme.
“Es el caballero del mural” agregué para ser mas claro ante la mirada de la joven que nos estaba atendiendo. Apenas unos
minutos bastaron para que la vida de Pando se comenzara a alterar. Y mientras Victor posaba con la copa que había ganado, de forma invicta, cuando tenía 15 años, la gente se acercaba en más y más número. Directivos,
jugadores, empleados, hinchas, comerciantes y hasta el móvil del canal de televisión de Pando
se hicieron presentes.
Visiblemente invadido por la emoción que le provocaba cada abrazo recibido, Victor continuó recorriendo cada rincón del club de su infancia. Y mientras el sol comenzaba a ocultarse en Pando, un mar de jóvenes que inundaba el gimnasio lo escuchaba en silencio. No era para menos. El legendario "Pompo” Hernández del que tantas historias habían oído estaba frente a ellos.
-“Yo te conozco Pompo” se escuchó decir en voz baja y con mucha timidez.
- “¿Usted me conoce?, ¿pero cuantos años tiene?” preguntó Victor asombrado.
- “Trece, pero mi abuelo siempre me habló de vos y de las cosas extraordinarias que hacías en la cancha”.
Visiblemente invadido por la emoción que le provocaba cada abrazo recibido, Victor continuó recorriendo cada rincón del club de su infancia. Y mientras el sol comenzaba a ocultarse en Pando, un mar de jóvenes que inundaba el gimnasio lo escuchaba en silencio. No era para menos. El legendario "Pompo” Hernández del que tantas historias habían oído estaba frente a ellos.
-“Yo te conozco Pompo” se escuchó decir en voz baja y con mucha timidez.
- “¿Usted me conoce?, ¿pero cuantos años tiene?” preguntó Victor asombrado.
- “Trece, pero mi abuelo siempre me habló de vos y de las cosas extraordinarias que hacías en la cancha”.
A lo largo de la tarde, Victor recordó decenas de historias vividas durante su carrera y, al finalizar, los jóvenes pandenses le dedicaron una
cerrada ovación que lo impactó. Visiblemente emocionado y en busca de alguna palabra, Victor me dirigió su mirada llorosa pero, ante tanta emotividad junta, opté por guardar silencio, las palabras estaban de más. Juro que lo aplaudí hasta que las palmas
me quedaron rojas, casi como en la noche de su debut triunfal ante Obras Sanitarias, allá por setiembre del 74.
Victor entendió todo, agachó la cabeza para ocultar sus lágrimas y agradeció
con los brazos en alto.
El tiempo, con
su acostumbrada tiranía, nos advirtíó que la hora de emprender el
regreso había llegado. La despedida no fue un adiós, si no un sonriente hasta luego. El viaje
de vuelta fue en total silencio. No hubo bromas, ni historias. La
procesión iba por dentro. Victor no apartó ni por un instante su mirada de la
ventanilla. “De golpe se me apareció toda mi vida como una película. Créame Jorge”
me dijo al llegar a Montevideo.
Nos despedimos
con un abrazo interminable y entretanto me reiteraba su agradecimiento sentí
una inmensa felicidad al verlo desbordante de alegría. Lentamente emprendí el regreso a casa y mientras Victor se perdía en medio de una multitud que inundaba la mítica avenida 18 de julio, me detuve para observarlo hasta perderlo de vista. El sueño se había hecho realidad. Victor "el pompo", el hombre del mural, el ídolo granate había vuelto a casa, solo que esta vez, no como por obra del imaginario popular, sino como una leyenda viva, mas viva que nunca.
Autor: JF (Leyendas Granates) desde Pando, R.O. Uruguay
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